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  • Fotografías que me rodean, son tan solo recuerdos petrificados en el aire que intentan captar un sentimiento tan abstracto.
    Son memorias de vivencias irreales que se personifican en el tiempo retratando palabras: simples y enfermizas, bellas e inadecuadas, viejas e intrigantes.
    Nos marcan, nos sellan una sonrisa, un llanto, una ira, un dolor. Nunca se borran, quedan adheridas al presente nuestro que arrastramos con cierta nostalgia. Crecemos y las fotografías están allí, siendo ya parte del empapelado de las habitaciones, no cediendo parte a nuevas.
    Inquietantes ante nuestros movimientos, divagan por nuestro subconciente obligándonos a recordar aquél momento mientras el flash de la cámara cega nuestros ojos. Recorremos atentamente los minuscuosos detalles que las contornean, buscamos un sentido, una respuesta a por qué sonreímos, por qué posamos ridículamente. Pero no, no las hay. Es absurdo, ellas están, perduran, envejecen junto a nosotros y retratan nuestros recuerdos pero nunca mueren porque son inmortales.
    Hoy ya no quiero más fotografías, quiero realidad.

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